miércoles, 26 de enero de 2011

Escuchar.

 (…) Nada de eso. Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie era escuchar. Eso no es nada especial, dirá, quizás, algún lector; cualquiera sabe escuchar.Pues eso es un error. Muy pocas personas saben escuchar de verdad. Y la manera en la que sabía escuchar Momo era única. 
Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él.
Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja e indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O los tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos. O los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres. Y si alguien creía que su vida estaba totalmente perdida y que era insignificante y que él mismo no era más que uno entre millones, y que no importaba nada y que se podía sustituir con la misma facilidad que una maceta rota, iba y le contaba todo eso a la pequeña Momo, y le resultaba claro, de modo misterioso mientras hablaba, que tal como era sólo había uno entre todos los hombres y que, por eso, era importante a su manera, para el mundo. ¡Así sabía escuchar Momo!
Y así sabes escuchar tú. Y no culpo que de vez en cuando parezca un torbellino de ideas, mal ordenadas y sin saber en realidad lo que quiero decir, ni si quiera lo que pienso. Pero tú sin saber cómo, ordenas mi cabeza, me das la serenidad que buscaba, la tranquilidad, la paciencia, la estabilidad para pensar, hablar y decirte todo lo que pienso aunque sea algo realmente estúpido como que no ser mirar hacia delante sin que estés tú.

Gracias por estar en mi vida durante estos dieciocho intensos años.

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